En una ocasión, habían dos enfermos en una austera habitación de un austero hospital.
El que estaba peor (por no poder, no podía ni tener el cuerpo semiincorporado, ligado perpetuamente a varios cables que le mantenían con vida) tenía la cama arrimada a la pared.
El otro, algo más restablecido, podía permanecer horas sentado en su lecho.
Este tenía más fortuna, pensaba el otro, le había tocado en suerte el lado de la ventana.
En los larguísimos días de inacabables horas, se dedicaba a amenizar la convalecencia de su compañero describiéndole el paisaje que se divisaba desde la alcoba.
Le hablaba de un parque de frondosos árboles el cual se hallaba, por los albores de la primavera, salpicado de multitud de precoces florecillas y vegetación diversa.
Había también una fuente a modo de abrevadero con dos chorros continuos de aguas cristalinas.
-Que dicha- pensaba el enfermo más delicado- poder ver toda esa delicia.
A las horas de sol, el paciente de la ventana, relataba a su amigo cómo los niños llegaban, alborotaban, jugaban en los columpios y después se iban.
En días de lluvia, le explicaba a su compañero, el ir i venir de la gente con paraguas de colores y cómo los pájaros buscaban refugio en la ventana o en la copa de los árboles...
Un día, el que estaba peor sanó y, cosas del destino, el que estaba mejor dejó este mundo sumiendo a su amigo, de largas horas de charla, en una profunda melancolía.
Algo mas repuesto pero añorado de su sempiterno relator, le pidió a la monja, que ocupaba el cargo de enfermera, que puesto que aún le quedaba mucho tiempo de estar allí, le permitieran heredar el lecho de su amigo ausente. La enfermera no puso la más mínima objeción conmovida por el gesto.
Ella y un par de auxiliares arreglaron la cama y después acomodaron al solitario paciente en ella.
Cuando hubieron salido de la alcoba, lo primero que el hombre hizo fue mirar por la anhelada ventana... No salía de su asombro. Allí solo había el estrecho pasillo de cemento de un patio, delimitado por un muro de ladrillo y... Nada mas...
Alarmado, llamo a la hermana y le preguntó:
-¿Ese muro? ¿Siempre ha estado ahí?...
-Por supuesto señor... Eso no se construye de un día para otro.
-Pero... Mi amigo me describía un parque, y una fuente, y unas flores...y...
-No lo entiendo señor. Si se refiere al hombre que ocupaba esa cama antes que usted...
Ese hombre era ciego...
Un señor pasea por la calle y se encuentra con un viejo amigo que hace muchos años que no ve (quizás desde la escuela). Después de los saludos y de preguntar por la familia se quedaron mirando el uno al otro. Al observar su felicidad y sus pómulos sonrosados, el primer señor no pudo por menos que preguntarle:
-¿Cómo lo haces para conservarte tan bien?
- Es que no discuto nunca con nadie- le respondió el viejo amigo con una gran sonrisa.
- ¡Hombre!- repuso el primero extrañado- ¡No será por eso!
El viejo amigo se encogió de hombros mientras decía:
- Pues bueno, pues no será por eso...
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