Se termina la cacería; por ahora.
Lo mejor de la caza es la cantidad de amigos que haces, conoces e intimas. Es como un coto en el que pueden “cazar” todos, recuerda a las tertulias matinales en el bar, antes de empezar una jornada de caza o la cerveza del mediodía, cuando finalizas y cuentas a tus compañeros el desarrollo del día, tus alegrías y tristezas, tus avatares y desventuras, la mano que has llevado o el puesto que te ha tocado y siempre tienes oídos dispuestos a escucharte, aconsejarte, a felicitarte o animarte en días triste. Pero la simiente de este germen que es el reclamo, ha llegado a nosotros, de generación a generación, debido a la necesidad de que en estas “labores” nos ayude alguien a realizarlas. Nosotros ayudamos a nuestro padre y abuelos y ahora nuestros hijos nos ayudan a nosotros, durante la “faena” siempre explicamos cómo se deben coger el perdigacho para no hacerle daño, comentamos lo que vamos haciendo, lo que son las plumas polleras, si están faltos de vitaminas, o tiene pepitilla, lo que son picos largos o picos anchos, los cejas anchas, los cabezones o cabeza de perdiz, las ilusiones puestas en algún perdigacho y las últimas oportunidades que les vamos a dar a algunos de ellos, si debemos reponer con alguno nuevo o nos mantenemos con los que tenemos. También contamos algunos lances vividos con éste o aquel.
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