Mi madre contó en una de sus entradas lo sucedido con mis bisabuelos como consecuencia del cólera.
Mis tatarabuelos maternos Miguel y Micaela eran viudos los dos que se habían casado y cada uno tenía dos hijos. Uno dos niñas y el otro niño y niña. Ellos tuvieron un hijo que era conocido como el tío Antonino . No se si ellos eran viudos del cólera o murieron cuando el cólera. El caso es que mis bisabuelos que eran hijos de uno y otro se casaron entre ellos para recoger a los demás hermanos y el tío Antonino. Bienvenido y Petra eran mis bisabuelos, tuvieron siete hijos y a mi abuelo le llamaban el tío Nino porque de niño llamaba así a su tío Antonino y del que puesto la foto de su tumba que fue el primero enterrado en el cementerio viejo.
Esta fue una de las consecuencias de esta epidemia la cantidad de niños que quedaron a cargo de familiares en el mejor de los casos. También he leído en algún lugar las memorias de un maestro que se quejaba del abandono y la falta de educación y principios de muchos de estos muchachos. Del mismo modo que por lo visto hubo personas que se aprovecharon de la situación de muchas familias quedándose con las tierras que les pertenecían.
Copio la segunda parte del informe que nos enviaron referido a los cordones sanitarios que se prepararon para intentar luchar contra la enfermedad. Os recomiendo que la leais, el cuadro que describe de Monteagudo en el que en una noche oscura, sin alumbrado público, en casas oscuras en las que se mezclan vivos y muertos tuvo que ser dantesca. Pensad que esto sucedió hace más de 130 años cuandolas condiciones en las que se vivía en los pueblos eran muy parecidas a las medievales.
CORDONES SANITARIOS Y EL CÓLERA EN LA VILLA DE MONTEAGUDO
“Esta villa, al saliente y mediodía de la provincia de Soria y
lindante con la de Zaragoza, se halla situada sobre un montículo de
unos 15 a 16 metros de elevación, amurallado con sólo tres puertas
de entrada en las calles estrechas y sombrías, con las fachadas de
las casas sin blanquear, negras, y muy apiñadas en un reducido
perímetro, que sólo debiera albergar una tercera parte de su
población, y mucho más tratándose de un pueblo eminentemente
agrícola. En la vertiente toda que circunda a la villa se hallan
establecidos unos 200 muladares en un terreno arcilloso y saturado de
humedad, y el arrabal, en la vertiente sur, se halla puede decirse
como incrustado entre focos estercoleros cenagosos, comúnmente
blandos y en fermentación.
El río Naguna [Nágima] pasa lamiendo la vertiente del Saliente de
esta villa. Al Nordeste de ella, y a 100 metros de sus muros, recibe
su afluente el Viyuelo (Riuelo): los dos en su estado normal traen muy poca
agua; pero por ambos bajan grandes riadas en las lluvias
torrenciales, como en el año 83, en que viniendo muy credicos los
dos a la vez y siendo mayor la crecida del Viyuelo, se pararon los
arrastres que bajaban por el Naguna [Nágima], en una gran longitud y
en toda la latitud de su profundo cauce, formándose un banco o capa
de tres pies de espesor de légamos o sedimentos terrosos, sin
ninguna grava, que luego se tapizó con variadas yerbas de las
ulteriores riadas sin lastimar en nada aquel insano tapiz de yerbas,
con gran lozanía muchas, y algunas también en putrefacción,
produciendo emanaciones insufribles y un gran foco de infección.
Al Poniente del pueblo se halla situado un pantano en una ondulación
oval, sobre un terreno con suelo y subsuelo fuertemente arcilloso, y
a tal elevación, que hallándose la población a 15 metros de
altura, la salida de las aguas está al nivel de las ventanas de la
iglesia y al de la veleta de la torre la superficie, siendo sus muros
en la base de 36 metros de grueso y 10 de alto, conteniendo unos
cinco millones de metros cúbicos de agua.
La formación geológica de su terreno es la terciaria miocena, en la
que predominan así como en toda aquella zona, los conglomerados, las
arcillas rojizas y las margas blanquecinas. Toda la topografía de
esta comarca se reduce a lomas y cerros más o menos elevados,
interrumpidos por cañadas y vallejos. Tanto en la villa de
Monteagudo como en todas las localidades de esta provincia, gozaron
gran boga los cordones sanitarios: tanta era la confianza en estas
medidas que nadie se preocupaba de la higiene urbana, y únicamente
quemaban azufre por las calles cuando la epidemia empezó a hacer
grandes estragos.
Para demostrar una vez más la influencia de la higiene de una
localidad en la propagación de cualquier enfermedad infeciosa, y en
particular la del cólera, voy a dar copia de una carta inserta en El
Avisador numantino y reproducida en
El Correo del día 9 de Agosto de 1885,
respecto a la población de Monteagudo, pueblo de la provincia de
Soria, que tiene 800 habitantes, y dice así:
“Monteagudo ha visto perecer en cinco días la tercera parte de su
población. Esto no ha pasado en Aranjuez ni en ningún otro pueblo
de España. Sus 800 habitantes han quedado reducidos a 500: ¿cómo
se explica esto?
¿Qué posición ocupa la villa? ¿Cómo en los pueblos inmediatos de
Fuente el Monje, Serón, Chercoles, Arcos y Pozuel no hubo en estos
mismos días uno solo atacado del mal? ¿Cómo se vive en Monteagudo?
Esto es lo que conviene decir para enseñanza de otras villas
refractarias a toda medida higiénica.
Monteagudo está situada sobre un montecillo y, visto de lejos, parece
un pueblo sano y ventilado, pero acercándose a él se ve que es una
villa murada con tres puertas; villa de señorío, que conserva la
cerca en que encerrada o para la defensa o para pagar el tributo. Si
se entra en ella y se avanza por sus calles estrechas y sombrías y
se miran las fachadas de sus casas negras, sin señales de remoto
blanqueo, se observa cómo estas viviendas están apiñadas,
guardando dentro los miembros que componen la familia, las aves de
corral, las bestias
de labor, los cerdos, los frutos, parte de los abonos, todo junto,
mezclados sus miasmas y envueltos en el humo del hogar, sin luz, sin
aire puro, sin ventilación y sin aseo posible, asalta la idea al
entrar en un recinto tan estrecho que es una cárcel, donde apenas
caben la tercera parte de los seres vivos que la ocupan, por lo que
no es de extrañar que en época de epidemia el terrible azote la
eligió para convertirla en un pudridero humano”.
Veamos ahora cómo entró y se desarrolló el cólera en la
infortunada villa. En la madrugada del día 1º de Julio llegó allí
un segador enfermo procedente de Calatorao , punto de la ribera del
Jalón, infestado. Falleció al siguiente día: se quemaron sus ropas
y fueron aisladas las personas que le asistieron; dos semanas
después, cuando nadie se acordaba del suceso, el día 15,
aparecieron 8 atacados; al día siguiente 60, de los que fallecieron
25, y a la caída de la tarde del mismo día dercargó una tormenta
furiosa sobre el pueblo y entre aquella noche horrible y el día 17,
llegaron los invadidos a 270, casi la tercera parte de la población,
de los cuales fallecieron más de la mitad. No hay casa que no guarde
uno o dos cadáveres; los invadidos piden socorro inútilmente; la
oscuridad de la noche, la lluvia torrencial, la falta de alumbrado
público, el médico ausente en un pueblo vecino; los alaridos
desgarradores en las calles, en las ventanas, en los lechos; el
tumulto llega a su colmo: el horror en todas las moradas forma el
cuadro espantoso, donde la luz vacilante de los candiles o el
resplandor del hogar, deja ver entre sombras, en el interior de las
viviendas, los muertos mezclados con los vivos, los hijos espirando
en los brazos de las madres moribundas.
Un médico anciano que había salido a prestar sus auxilios a un
vecino Pozuel, y detenido por la avenida del río Nájima, llega por
fin a las puertas de la villa y dice “No sé si me desmonté o me
desmonaron del caballo tantas y tantas gentes que con gritos
lastimeros querían ser los primeros en llevarme a ver sus enfermos,
y que me empujaban tirando de mi cuerpo en encontradas direcciones”.
¡Un solo médico, anciano y rendido de fatiga, para visitar 270
enfermos, y cuando los cadáveres insepultos pasaban de 80!
En esta situación, dice la carta, haciendo un esfuerzo sobrehumano
en un estado de excitación febril, sobreponiéndose a
circunstancias tan tremendas, los vecinos que podían tenerse en pie,
en especial los mozos, se apresuraron a sacar de sus casas los
cadáveres de los seres más queridos, para conducirlos en hombros y
en carros al cementerio. ¡Cuántos cavaron su propia sepultura!
¡Cuántos, al día siguiente de tantos esfuerzos, fueron a hacer
muda compañía a los cadáveres de sus hijos, de sus padres, de sus
esposas y de sus hermanos!
En trance tan cruel, dice la carta, nuestras incesantes súplicas al
Gobierno se pierden en el espacio.
En medio de esta situación tan horrenda, que horripila a uno leer su
descripción, se presentan cuadros de un heroísmo dignos de
admiración. Mujeres de pueblos vecinos dejando sus casas, impulsadas
sólo por el amor al prójimo, llegaron a prestar auxilio a los
enfermos, animar a los hombres y consolar a las madres.
¡Qué rica enseñanza es la historia de la importación y desarrollo
del cólera en Monteagudo!
- Demuestra que no basta desinfectar la casa, aislar los enfermeros y ponerlos en cuarentena de me ha cinco, seis y diez días: basta un suelo propicio para el desarrollo del germen colerígeno, es decir, suelo poroso, húmedo y saturado de sustancias orgánicas, para fecundar y multiplicar los gérmenes colerígenos contenidos en las deyecciones de un enfermo para engendar una epidemia.
- Que las tormentas y lluvias ejercen una acción funesta, facilitando la propagación de los microbios, y tanto más cuanto se trata de un suelo esponjoso y un pueblo situado en un terreno declive, como es el de Monteagudo.
- Que las malas condiciones de la localidad por sí solas bastan para favorecer el desarrollo de todos los micro- organismos, engendradores de enfermedades infecciosas de distinto género; pero cuando se agrega a esto un suelo poroso y húmedo, próximo a arroyos o ríos pequeños, que se nutren con aguas subterráneas de la población, ésta está expuesta a una invasión muy grave, con tendencia a llegar rápidamente a su apogeo, causando en poco tiempo gran número de víctimas, por la razón sencilla que los micro-organismos encuentran abundantes materias para su nutrición y multiplicación vertiginosa, en muy corto tiempo.”
(Págs. 296-300 del Volumen I)
Pues yo te voy a contar el milagro que nos hizo san Roque. Vino una niebla y en el pueblo de Cihuela no llego entrar por lo que no murió nadie.
Un familiar hizo una promesa que si no moría nadie de su familia en Moteagudo iría andando desde Cihuela a Monteagudo rodeadas de zarzas y así lo hizo porque nadie de su familia murió en Monteagudo. A raíz de esto se hizo en mayo la fiesta de san Roquillo."
Mario Utrilla me ha mandado el siguiente comentario que copio a continuación:
"Refernte a lo que tu cuentas sobre el colera que hubo en muchos pueblos de soria y Aragón.
Pues mira por donde me voy enterando de los que murieron en Moteagudo. Yo se por mis abuelos y mis padres lo del colera.El año lo he sabido gracias a tu madre que fue el año 1885.Pues yo te voy a contar el milagro que nos hizo san Roque. Vino una niebla y en el pueblo de Cihuela no llego entrar por lo que no murió nadie.
Un familiar hizo una promesa que si no moría nadie de su familia en Moteagudo iría andando desde Cihuela a Monteagudo rodeadas de zarzas y así lo hizo porque nadie de su familia murió en Monteagudo. A raíz de esto se hizo en mayo la fiesta de san Roquillo."
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