Hoy un amigo ha compartido una foto de unas lavanderas de hace muchos años. A mi memoria han acudido imágenes de mi niñez cuando muchas mujeres del pueblo venían a lavar la ropa delante del puente que hay cerca de la casa de mis padres.
Hoy que estoy sentado en mi piso, con calefacción y viendo a través de los cristales el día frío y gris de noviembre, no puedo dejar de pensar en el frío que tenían que pasar al lavar la ropa en las aguas heladas de un riachuelo de Soria, de rodillas en un cajón de madera, con la única protección de unos guantes de goma y enjabonado la ropa con jabón casero hecho de aceites o grasas y que luego después de mucho frotar y aclarar se subía en baldes hasta casa donde se tendía o se ponía a solear si la ropa era blanca y lo consideraban oportuno.
También recuerdo las primeras lavadoras eléctricas que tenían unas aspas en el fondo que removían el agua y la ropa. Evitaban el tener que bajar al río, sobre todo cuando hacía frío y se le podía echar agua caliente para ser más efectiva. Todavía por el granero de la casa de Monteagudo tengo una Jata como la de la imagen y que nos compramos cuando nos casamos para cuando ibamos al pueblo en verano.
Junto a ella aparecieron los primeros detergentes con lo que quedó para el recuerdo esas labores que se realizaban en los pueblos al aire libre, aunque en algunos tenían la suerte de contar con lavaderos públicos.
Sirva este recuerdo como homenaje a esas madres, abuelas... que además de cocinar, limpiar, criar y educar a los hijos tenían labores tan duras como estas y sobre todo a las lavanderas que hacían de esta tarea su profesión y pasaban gran parte del día en condiciones tan duras y penosas.
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