En Monteagudo de las Vicarias en los años de mi niñez: tengo 84 había muchas viñas que producían vino cada uno para el consumo de su casa para todo el año. Tenían sus hagares y bodegas y eran maestros en sacar buen vino. si comparamos las bodegas modernas de hoy en día y la cantidad de uva que recogen no se puede comparar, pero entonces cada labrador se vevia durante el día en el campo labrando una bota de dos litros claro que se invitaban a todo el que pasaba a un trago unos a otros y la bota venia escurrida. Decían este refrán, El vino alegra el ojo limpia el diente y cura el vientre. Sabían mucho de como se podaban, decían que la mejor poda era en febrero , algunos decían : podame helando, y no me podes llorando. El objetivo de la poda consiste en reducir el número y la longitud de los sarmientos para que la vid produzca menos racimos, pero de más grosor y más calidad. La poda alarga la vida de la vid y asegura la cosecha de un año para otro. Permite también adaptar el tamaño de la planta al espacio donde se cultiva para facilitar las tareas del viticultor.La cabeza era la parte principal de la cepa, y el labrador debía prestar especial atención a su desarrollo.
"Hecha la plantación de la viña se asistirá con repetidas labores y con la poda discreta que conduce a formar su tronco y cabeza, hasta que, habiéndose vigorizado, empiece a brotar sarmientos fuertes y el tronco o pie vaya adquiriendo aquel grueso que le corresponde. Al tercero o cuarto año ya se podrá haber criado la cepa, formando su cabeza y repartido esta en tres o cuatro puestos o pulgares, que en lo sucesivo serán las ramas madres de la vid. se hace la poda más arreglada a las leyes que prescribe la agricultura: se corta a la cepa todo sarmiento inútil e infructífero, solo se le dejan aquellos que muestran más robustez y vigor y estos no pasan de tres o cuatro. Al sarmiento cortado fructífero no se le dejan sino dos o tres yemas. Lo demás se corta. En San Juan se dejan más sarmientos a la cepa y más yemas al sarmiento. De esta conducta dan la razón las gentes de este país, diciendo que es necesario hacerlo así, porque pueden los brotes resistir a la fuerza o al impulso de los vientos que son allí fuertes y frecuentes y que cuando se venga a quebrar y así a perderse uno u otro, siempre le queda a la cepa dónde echar nuevo sarmiento y nuevo fruto en él. Tal vez esta razón tendrá más fuerza en la experiencia que en las leyes de cultivo. El uso de parrales abrió paso para el desarrollo de técnicas de conservación de la fruta, sobre todo porque mediante un aislamiento de la humedad, hacían posible mantener las uvas hasta el invierno. La propuesta no se formuló en el libro de Herrera, sino un siglo después, en el manual de Agustí. A partir de sus experiencias y observaciones, el religioso recomendaba:
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