Poesías que recordamos sobre los abuelos en nuestras tertulias. Un poco tristes pero la vida es así.
Son mis manos sarmientos, es mi cuerpo encorvado,
débil rama que el viento más ligero conmueve;
vacilante es mi paso, es mi voz, soplo leve
que despide mi pecho de vigor despojado.
Un sol es mi mirada para siempre apagado,
es un pozo mi boca que ya solo hiel bebe,
y es mi frente que orlan blancos copos de nieve,
un barbecho que en surcos mil el tiempo ha labrado.
Por eso huyo del mundo: me fatiga y me ahoga…
-¿Dónde vas, ¡necio!, dónde? – una voz me interroga
que en el fondo del alma como un trueno retumba.
Yo prosigo, alejándome; y otra voz parecida:
-¿De quién huyes...? – me dice con rencor - ¡De la vida!
- ¿Qué pretendes…? – La muerte - ¿Quién te llama?
- ¡La tumba!
Miguel Hernández
Son mis manos sarmientos, es mi cuerpo encorvado,
débil rama que el viento más ligero conmueve;
vacilante es mi paso, es mi voz, soplo leve
que despide mi pecho de vigor despojado.
Un sol es mi mirada para siempre apagado,
es un pozo mi boca que ya solo hiel bebe,
y es mi frente que orlan blancos copos de nieve,
un barbecho que en surcos mil el tiempo ha labrado.
Por eso huyo del mundo: me fatiga y me ahoga…
-¿Dónde vas, ¡necio!, dónde? – una voz me interroga
que en el fondo del alma como un trueno retumba.
Yo prosigo, alejándome; y otra voz parecida:
-¿De quién huyes...? – me dice con rencor - ¡De la vida!
- ¿Qué pretendes…? – La muerte - ¿Quién te llama?
- ¡La tumba!
Miguel Hernández
Victor Manuel
Sentado en el quicio de puerta,
el pitillo apagado entre los labios,
con la bina calada y en la mano,
una vara nerviosa de avellano.
Que recuerda su frente limpia y clara,
quizá la primavera desojada,
el olor de la pólvora mojada,
o el sabor del carbón mientras picaba.
El abuelo fue picador, allá en la mina;
y arrancando negro carbón quemó su vida
Se ha sentado el abuelo en la escalera,
a esperar el tibio sol de madrugada,
la mirada clavada en la montaña,
es su amiga más fiel nunca le engaña.
Temblorosa la mano va al bolsillo,
rebuscando el tabaco y su librito
y al final como siempre murmurando
que María le esconde su tabaco.
El abuelo fue picador, allá en la mina;
y arrancando negro carbón quemó su vida.
el pitillo apagado entre los labios,
con la bina calada y en la mano,
una vara nerviosa de avellano.
Que recuerda su frente limpia y clara,
quizá la primavera desojada,
el olor de la pólvora mojada,
o el sabor del carbón mientras picaba.
El abuelo fue picador, allá en la mina;
y arrancando negro carbón quemó su vida
Se ha sentado el abuelo en la escalera,
a esperar el tibio sol de madrugada,
la mirada clavada en la montaña,
es su amiga más fiel nunca le engaña.
Temblorosa la mano va al bolsillo,
rebuscando el tabaco y su librito
y al final como siempre murmurando
que María le esconde su tabaco.
El abuelo fue picador, allá en la mina;
y arrancando negro carbón quemó su vida.
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